¡Hola, mis queridos seguidores
del blog “Cómo sobrevivió Scherezade” y del podcast “Los cuentos originales de
las Mil y Una Noches”!
Hoy es un día especial, ya que
nos encontramos a las puertas de un nuevo año, con un sinfín de emociones que
puede generar tanto la nostalgia por lo vivido como la esperanza de lo que está
por venir.
En otro blog, publicado hoy mismo
también, encontraran el intrigante relato con el enlace del podcast sobre la
continuación de la historia del jorobado y sus presuntos inocentes asesinos
—¡vaya contradicción!—
Esta página quiero compartir sobre
las reflexiones que nos invita a tener la noche del 31 de diciembre.
Muchos despedirán este año con
maldiciones, deseando que se vaya como quien quiere deshacerse de un par de
zapatos incómodos. “¡Qué bueno que se va!” es una de esas frases que se repiten
en las reuniones, mientras nos abrazamos con la esperanza de que el nuevo año
traiga consigo mejores experiencias y oportunidades.
En este sentido, me gustaría
hacer una pequeña pausa para reflexionar. En nuestra travesía a través de las
historias que nos han marcado, aprendemos que las lecciones no siempre
provienen de los momentos agradables. A veces, son los retos y obstáculos lo
que nos enseñan más sobre nosotros mismos y sobre lo que realmente valoramos.
Así que antes de lanzar maldiciones al año que se va, consideremos qué hemos
aprendido de él.
El final del año suele ser un
momento propicio para establecer metas, esas que a veces son más grandes que
nuestras propias capacidades. ¡Ay, las promesas! Prometemos hacer ejercicio,
aprender un nuevo idioma, dejar de procrastinar... Y claro, sabemos que algunos
de esos objetivos son tan realistas como intentar hacer el huevo frito perfecto
sin saber cómo se fríe un huevo. Es importante ser honestos con nosotros mismos
y reconocer nuestras limitaciones y capacidades. Quizás este año la promesa no
deba ser “bajar 10 kilos”, sino simplemente “estar más en contacto conmigo
mismo”.
En mi experiencia, es más
gratificante no abarcar tanto, sino establecer pequeñas metas alcanzables que
nos permitan ir construyendo un camino hacia objetivos más grandes. Así, la
sensación de logro será más frecuente, y cada paso que demos tendrá su espacio
para celebrarse.
Y luego está el tema de los
abrazos. Ah, el anhelado abrazo, ese gesto que puede ser pura calidez y, al
mismo tiempo, una fábrica de incomodidades. Es fácil abrazar a la familia, o a
aquellos amigos con quienes compartimos confidencias y risas a lo largo del
año. Sin embargo, en el contexto de despedidas de fin de año, es inevitable
encontrar a esas personas en la oficina o en nuestro barrio que nos instan a
desearles parabienes. ¿Qué hacemos con ese abrazo incómodo con alguien a quien
apenas conocemos? ¡Tradiciones!
Es un ritual que nos recuerda
nuestra humanidad compartida, aunque a veces resulte difícil. Quizás la clave
esté en hacer de esos abrazos un momento más genuino —desear lo mejor para el
otro, incluso sin conocerlo del todo. De hecho, me gusta pensar en esos abrazos
como una pequeña comunión entre almas, un recordatorio de que estamos todos
juntos en esta travesía que llamamos vida.
La Nochebuena tiene ese encanto
íntimo y acogedor, esa conexión interior que nos invita a reflexionar sobre lo
que realmente importa. En contraste, la celebración del Año Nuevo es como un
carnaval —bulliciosa, extrovertida, llena de colores, risas, y por supuesto,
¡fuegos artificiales!
En mi país, es común iniciar el
amanecer del nuevo año disfrutando de mariscos en el mercado, para lidiar con
las resacas de una noche llena de jolgorio
A mí me gusta pensar que cada
celebración tiene su propósito. La introspección de la Nochebuena nos prepara
para el alboroto de la Nochevieja, y esa mezcla de emociones, entre lo interno
y lo externo, crea un balance que, al final del día, nos enseña a apreciar cada
momento en su totalidad.
Los rituales que realizamos en la
última noche del año, desde comer 12 uvas hasta dar la vuelta a la manzana con
una maleta, son una forma de invocar magia. Buscamos salud, dinero y amor, esos
pilares que sostienen nuestras vidas. Pero ¿qué significa realmente cada uno de
ellos?
La salud es el funcionamiento
armonioso de nuestro cuerpo y, en muchas ocasiones, se interrelaciona con el
amor y el dinero. Si estamos saludables, podemos trabajar, crear y
relacionarnos. El amor, ese motor tan poderoso, proviene de múltiples fuentes
—parejas, amigos, familiares, o un acto solidario. Y el dinero, bueno, a veces
es un recurso necesario para vivir con calidad. Pero más allá del dinero, ¿qué
tal si redefinimos nuestras aspiraciones? ¿Podríamos también, igual de
fervientemente, desear experiencias significativas y momentos de felicidad?
Así que mis queridos amigos, en
este día especial, levanto mi copa —realmente, ya tengo una en la mano— y
brindo por cada uno de ustedes. ¡Por un 2025 lleno de oportunidades, amor, y
experiencias que nos transformen! Recordemos que cada día es una nueva
oportunidad para comenzar de nuevo, para reescribir nuestras historias, y, por
supuesto, para seguir disfrutando de las fascinantes narrativas que nos han
traído hasta aquí.
Gracias por ser parte de este
viaje conmigo. Espero seguir compartiendo muchas más historias y reflexiones
con ustedes en el nuevo año.
¡Feliz Año Nuevo! 🥳✨
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