¡Hola a todos, mis valientes
sobrevivientes! 👋
Otra semana más que se esfumó
como por arte de magia (¿dónde se va el tiempo, eh?) y aquí me tienen, lista
para zambullirme con ustedes en las profundidades de las historias que nos
regala Scherezade. Ya saben, esas narraciones hipnóticas que escuchamos religiosamente
en el podcast "Los cuentos de las Mil y Una Noches" y que, casi
inevitablemente, terminan detonando estas reflexiones que luego comparto con
ustedes en este, su humilde blog, "Cómo Sobrevivió Scherezade".
Hoy, la historia de "Dulce
Amiga" (¡corran a escucharla si aún no lo han hecho, se las súper
recomiendo!) me ha dejado con el cerebro dando vueltas como una lavadora. Y es
que el episodio de hoy me puso a pensar, y mucho, en un tema que, creo yo,
todos, de una manera u otra, hemos experimentado en carne propia: la amistad…
o, mejor dicho, la dolorosa ausencia de ella, justo cuando más la necesitamos.
¿A qué me refiero exactamente?
Ah, me refiero a esos "amigos" que parecen hormigas en un picnic:
siempre están alrededor cuando la comida es abundante. Esos que no dudan en
entrar a tu casa como Pedro por su casa, que se ganan el cariño de tu familia a
la velocidad de la luz, y a los que, sin pensarlo dos veces, les abres no solo
las puertas de tu hogar, sino también tu cuenta bancaria (ay, ¡qué dolor!), tu
casa en la playa (si eres de los afortunados que tienen una, ¡envidia sana!),
tus valiosos contactos, tu influencia en el trabajo. ¡Todo fluye de maravilla,
una bacanal de risas y buenos momentos diría yo!
Pero ¡bam!, un día, como si fuera
un guion de una película dramática, la desgracia te golpea con la fuerza de un
tsunami. Pierdes el trabajo, ese negocio que tanto te costó levantar se va a
pique, las cosas en casa se ponen más tensas que una cuerda de violín a punto
de reventar. Y, de repente, ¡puf!, como si hubieran sido abducidos por
extraterrestres, esos "amigos" desaparecen sin dejar rastro. Ya no te
visitan (¡ay, la nevera ya no está tan llena!), no contestan tus llamadas
(¿será que cambiaron de número misteriosamente?). En el trabajo, ni te miran,
te ignoran como si fueras un apestado, ¡no vaya a ser que los jefes los
relacionen contigo y se les pegue la mala suerte!
¿Les suena familiar este
escenario? ¿Alguien se siente identificado con esta historia?
Es justo en ese momento, cuando
te sientes más solo que un náufrago en una isla desierta, cuando esas
advertencias que ignoraste en su momento resuenan en tu cabeza como un eco
fantasmal: "Esa persona no me da buena espina, no sé por qué, pero ten
cuidado, algo no me cuadra". ¡Ay, esas lecciones de vida que duelen
hasta el alma! Pero también son las que nos permiten salir fortalecidos,
convertidos en una versión más sabia y resiliente de nosotros mismos… siempre y
cuando aprendamos a ser resilientes, claro está.
¿Quién no ha vivido algo parecido
en mayor o menor medida? ¿O quién no conoce a alguien cercano que ha pasado por
una situación similar? Lo primero que quiero decirte es: no te sientas
culpable. Después de todo, somos humanos, y a quién no le gusta sentirse
popular dentro de su círculo, pensar que puede influir positivamente en el
bienestar de los demás si tiene los medios para hacerlo (dinero, influencias,
contactos…). Es algo inherente a nuestra naturaleza social.
Aprovechadores e interesados han
existido desde que el mundo es mundo, y seguirán existiendo hasta el fin de los
tiempos. Ya sea porque tienes una casa en la playa donde pueden vacacionar
gratis a tu costa (¡y tomarse fotos para Instagram como si fueran los dueños!),
porque les prestas dinero sin intereses ni plazo de devolución y por el que
nunca muestran preocupación por devolverlo, y si estás en desgracia, menos… ¡ya
lo sabemos!, son unos aprovechadores de manual.
Pero no todo es oscuridad y
desolación en esta historia. Lo positivo, lo que realmente vale la pena
rescatar de estas situaciones amargas, es que descubres quiénes son las
personas que realmente importan en tu vida. Esos amigos, esos familiares, que
quizás no parecían tan cercanos en el día a día, pero que siempre han estado
ahí, en las buenas y en las malas, ofreciéndote un hombro para llorar, un
consejo sincero o, simplemente, su compañía silenciosa. Solo que antes eran
invisibles, opacados por el brillo artificial de esos "amigos"
interesados. Ahora, brillan con luz propia, como faros que te guían en la
tormenta.
Así que, la próxima vez que te
encuentres en una situación similar, no te aferres a las falsas amistades, a
esas relaciones tóxicas que solo te drenan energía y te dejan vacío. Agradece
de corazón a los que te apoyan de verdad, a los que te quieren por lo que eres,
no por lo que tienes. Y, sobre todo, aprende la lección para el futuro, para no
volver a caer en la misma trampa.
Como siempre digo, trátate con
cariño, con compasión. Los problemas, las desgracias, son oportunidades
disfrazadas, para crecer, para reinventarnos, para construir relaciones más
auténticas y significativas, oportunidades para emprender nuevos rumbos que de
otra manera nunca habríamos intentado, para cambiar nuestras perspectivas, para
reconocer quiénes merecen un lugar privilegiado en nuestro corazón y en
nuestros pensamientos. No desesperes, nunca pierdas la esperanza, porque
siempre, incluso en los momentos más oscuros, aparece una mano amiga, un
consejo oportuno que nos alienta a seguir adelante.
Les dejo el enlace al podcast de
esta semana, para que disfruten de la historia completa:
https://open.spotify.com/episode/1cc0lIzgibusP95Y8fnwHc?si=UmXKYH2gTviMWzSTHNAi7A
¡Nos vemos la próxima semana para
seguir compartiendo estas reflexiones y nuevas historias! 😉
