¡Mis queridos seguidores, oyentes y lectores de este blog y del podcast de las Mil y Una Noches!
Continuamos hoy con la fascinante
historia de Alí Nadur y Dulce Amiga, quienes, como recordarán, han llegado a
Bagdad huyendo de la ira del sultán de Basora, influenciado por las viperinas
palabras de su visir El-Mohín. ¡Qué culebrón!
Pero lo que hoy me tiene pensando
es otra cosa. Hemos descubierto que el jeque Ibrahim no solo mintió sobre la
posesión del jardín y el palacio de las Pinturas, sino que además ¡fingió su
abstinencia alcohólica! Resulta que el hombre es un bebedor de cuidado, aunque
lo oculta por la vergüenza de lo que pudieran pensar nuestros protagonistas. Y
esto, mis amigos, me lleva a reflexionar sobre un tema universal: los placeres
culpables.
Todos tenemos uno, ¿verdad? Es
ese pequeño gusto que nos damos a escondidas, esa actividad que disfrutamos en
silencio, temiendo el juicio ajeno. ¿Cuál es el mío? Preparados… allá va: ¡ver
series coreanas subtituladas! Sí, lo confieso. De alguna manera, estas series
han venido a ocupar el lugar que en mi infancia y adolescencia ocupaban las
novelas románticas de Corin Tellado o Mario Santander. Recuerdo que mi madre me
incentivaba a leerlas. Ella, a su vez, devoraba novelas del inspector Maigret o
Hercules Poirot, e íbamos juntas a una tienda de intercambio de revistas y
novelas. Pero claro, estudiando en un colegio de monjas, este tipo de lecturas
no eran precisamente "bien vistas" en nuestro entorno social. Era un
placer culpable en toda regla.
Y es que los placeres culpables,
¡ojo!, no son necesariamente algo negativo. De hecho, muchas veces son un
verdadero salvavidas para nuestra salud mental y emocional. Nos dan esa pequeña
gratificación que nos hace sentir bien, que nos reconecta con nosotros mismos.
¿Por qué le ponemos la etiqueta
de "culpable"? Porque, teóricamente, tiene una connotación negativa
ante los demás, e incluso ante nosotros mismos. Son esas actividades que
disfrutamos en privado y que nos da vergüenza admitir en público. También puede
ser que sean actividades o acciones que en nuestro círculo social o familiar no
son aceptadas. ¡La hipocresía está a la orden del día!
Los placeres culpables pueden ser
de lo más variados: desde comidas (un atracón de chocolate a medianoche), hasta
libros, pasando por un tipo de música (ese reggaetón que te hace bailar a
escondidas), programas de televisión (sí, estoy hablando de esos realities que
tanto criticas pero que ves religiosamente) o películas. En resumen, son gustos
que a otros les pueden parecer frívolos o, peor aún, ¡de gusto reprochable!
Pero debemos aceptar que hay un
goce intrínseco en esa "culpa", y es liberador hacernos responsables
de esos pequeños placeres. A mí, por ejemplo, me encantan los bombones de
licor, y confieso que no me gusta nada compartirlos, ¡ni que me los pidan! Y
sí, me encantan algunos actores asiáticos, ¿y qué?
Así que, mis queridos lectores,
¡disfrutemos abiertamente de aquellas cosas que nos causan placer! No nos
escondamos, no nos avergoncemos (siempre y cuando, obviamente, no se trate de
un vicio pernicioso para nuestra salud, nuestra economía y que cause dolor y
preocupación a nuestra familia y amigos, ¡ojo ahí!). Dejémonos llevar por esos
pequeños gustos que nos alegran el día, que nos hacen sentir vivos. ¡La vida es
demasiado corta para privarnos de lo que nos hace felices!
Espero que disfruten el capítulo
de esta semana, y del blog que nace de la inspiración de cada episodio.
https://open.spotify.com/episode/7x0oxBV3VnnKe0BqiGkKHV?si=tmdEdxEaSsWktz-1JeLY1g
¿Y ustedes? ¿Cuáles son sus
placeres culpables? ¡Los leo en los comentarios! Anímense a compartir, ¡quizás
descubramos que compartimos más de un gusto prohibido! ¡Hasta la próxima
entrega de las Mil y Una Noches!
