¡Hola a todos! ¿Cómo andamos?
Espero que de maravilla y con los oídos bien afinados porque hoy les traigo el
final, el gran finale, de la historia de Dulce Amiga y Alí-Nadur. ¡Así
es! Ya pueden encontrar el desenlace haciendo clic al final de esta página.
Pero antes de que corran a
escuchar, quiero compartir con ustedes una reflexión que me surgió a raíz de
este embrollo palaciego. Resulta que el califa, enterado de todo el drama de
los jóvenes enamorados, ¡ha enviado de vuelta a Basora a Alí-Nadur con una
carta bomba! En ella, ordena ni más ni menos que el sultán ceda el trono a
nuestro joven héroe. ¡Imaginen la cara del sultán!
El pobre soberano, más pálido que
un fantasma, le muestra la carta a su fiel (o no tanto) visir, El-Mohín. Y aquí
es donde la cosa se pone turbia, amigos. El muy astuto El-Mohín, aprovechando
un descuido, ¡elimina el sello del califa! Y no solo eso, sino que convence a
todos de que el documento es falso. ¡Qué nivel de intriga!
Todo este tejemaneje me hizo
pensar en lo increíblemente difícil que es ceder el poder. Y da igual si
hablamos de una miguita de autoridad o del control absoluto del universo.
Parece que hay algo en la naturaleza humana que nos impulsa a aferrarnos con
uñas y dientes a lo que creemos que es nuestro.
Y a ver, entendámonos, hasta
cierto punto lo comprendo. Pongámonos en los zapatos del sultán. Lleva años
gobernando, tomando decisiones difíciles, sintiendo el peso de la corona. Y de
pronto, llega un jovenzuelo con una carta y le dice: "¡Chao, trono! Ahora
me toca a mí". Pues claro que le va a costar un mundo dejarlo ir.
Pero también es verdad que hay
gente que se lo toma con filosofía y da un paso al costado sin mayores dramas.
Lo ven como una señal de que ha llegado el momento de dedicarse a otras cosas,
de explorar nuevos horizontes, de invertir tiempo en esos proyectos personales
que les permiten realizarse en ámbitos más íntimos. Gente que prioriza su paz
mental y su bienestar por encima de la seducción del poder. ¡Y bien por ellos! A disfrutar la vida lejos de las
responsabilidades del poder, que puede ser muy absorbente.
Pero luego están los otros, los
que se resisten con uñas y dientes a renunciar, a ser reemplazados, a soltar
las riendas. Los que piensan que sin ellos el mundo se va a desmoronar, que
nadie más puede hacer el trabajo tan bien como ellos. Los que confunden el
poder con su propia identidad. ¡Esos son los que me dan más pena, la verdad!
Porque al final, el poder es efímero. Hoy estás en la cima, mañana... quién
sabe.
Y lo que me parece aún más triste
es cuando esa gente recurre a tácticas cuestionables, a triquiñuelas para
recuperar el poder en caso de haberlo perdido, o para retenerlo a toda costa,
aunque las señales indiquen claramente que deberían dejarlo ir, ya sea por
descontento "popular" (entre comillas, ¡ojo!) o porque el tiempo por
el cual se les concedió ya ha expirado. Pero no, dan la batalla hasta el final,
recurriendo a campañas de desinformación, desprestigio contra los posibles
sucesores… ¡Qué espectáculo más lamentable!
Es una lástima, porque pareciera
que no conciben la vida de otra manera. Como si el poder fuera lo único que les
da sentido, lo único que les define. Y eso, amigos míos, es una cárcel. Una
cárcel dorada, quizás, pero cárcel, al fin y al cabo.
En mi opinión, el único poder por
el que vale la pena luchar y conservar es el de ser dueño de uno mismo, la
libertad de decidir quién quiero ser, que tipo de persona quiero ser. Aunque la
libertad absoluta, como tal, es un eufemismo, pues a mi parecer la libertad
está condicionada a nuestras responsabilidades mundanas. El único poder
intransferible es el de ser uno mismo. Claro que ser uno mismo no significa ir
por el mundo soltando barbaridades, proclamando supuestas verdades que hieren,
y teniendo actos descorteses u ofensivos, con la excusa de que eso es ser
auténtico. Pero ese es tema para otro blog.
Por ahora, los invito a escuchar
el final de este cuento y a prepararnos, porque estoy segura de que nuestra
amiga la sultana Scherezade tiene muchas más historias fascinantes para
contarnos.
Y ahora sí, la pregunta del millón: ¿ustedes qué opinan? ¿Es fácil ceder el poder? ¿Conocen a alguien que se aferra a su puesto como si fuera lo único que le da valor? ¡Cuéntenme sus experiencias en los comentarios! Me encantaría saber qué piensan sobre este tema. ¡Se vienen más sorpresas y emociones! ¡Hasta la próxima!






