¡Mis queridísimos lectores del
blog y selecta audiencia del Podcast de “Las Mil y Una Noches”! ¡Continuamos adentrándonos en la historia del
sexto y último hermano, el fascinante Shakalick!
Nos hemos enterado de que este
hermano era un mendigo, que llega a un palacio donde, en lugar de ser rechazado,
le facilitan la entrada, asegurándole que el dueño del lugar, un barmecida
famoso por su generosidad, ¡jamás lo decepcionará! ¡Imaginen la expectativa! La
esperanza de una caridad sustanciosa, verdadera, palpable… ¡El estómago
rugiendo y el corazón palpitando!
Al encontrarse con el barmecida,
Shakalick se topa con una hospitalidad... digamos, ¡peculiar! ¡Una hospitalidad
ilusoria! ¡Un festín de comida fingida! ¡Sí, mis amigos, un banquete donde los
platos están vacíos, las copas invisibles y el aroma delicioso... inexistente!
¡Un estómago que no para de rugir, y unas mandíbulas cansadas de mascar aire!
¿Y qué hace Shakalick? ¡Le sigue
la corriente! ¡Nuestro mendigo juega al juego del barmecida, simulando comer y
beber, con la esperanza secreta de que, finalmente, la generosidad se
materialice en algo más que promesas vacías! ¡La tensión aumenta, la
expectativa se mantiene y el misterio se profundiza! ¿Recibirá Shakalick la
caridad que anhela? ¿O se verá atrapado en un bucle infinito de simulaciones y
falsas apariencias? ¡Para descubrirlo, los invito a acceder al enlace al final
de esta página, como es costumbre, y sumergirse de lleno en esta fascinante
historia! ¡No se arrepentirán!
Esta historia me lleva a reflexionar,
¡y mucho!, sobre el acto de compartir, sobre aquellos que se ven obligados a
pedir porque la fortuna les da la espalda, sobre aquellos que piden sin
necesidad, y sobre la verdadera esencia del dar.
Y ojo, ¡no pretendo ponerme
moralizante ni sacar a relucir citas bíblicas! ¡Tampoco voy a mencionar vidas
ejemplares de personas dedicadas a la caridad, porque, seamos honestos, en lo
personal, y no sé si ustedes comparten esta sensación, uno termina sintiéndose
indigno! Es como si nos compararan con estándares imposibles de alcanzar.
Pero ¿quién no se ha topado con
esas personas que siempre están pidiendo ayuda? ¡Personas que creen que los
demás tienen una vida más fácil, mejores recursos, y que, por lo tanto, es su
obligación darles! Y no me refiero a personas en situación de calle, ¡no, no,
no! ¡Hablo de personas que nos rodean! ¡Vecinos, compañeros de trabajo, incluso
familiares!
Oh, ¡por Dios!, ¿y qué me dicen de
aquellos que siempre están pidiendo, pero nunca comparten? ¡Esos que te ven
disfrutando de un bocadillo, un helado, una bebida, un café, incluso un mísero
terrón de azúcar, y se abalanzan sobre ti con un "dame un poco",
"convídame esto o aquello", "Tienes $100, después te lo
devuelvo”... devolución que, por supuesto, ¡nunca llega! ¡ ¡Es como si tuvieran
un radar para detectar la comida o el dinero ajeno! Se les activa un resorte y
¡zas!, ahí están, pidiendo.
Pero, afortunadamente, también
existen las personas que dedican su vida a dar a otros. ¡A dar tiempo, amor,
ayuda a los que tienen menos! Y aquí es donde me acuerdo de una historia que
leí hace mucho tiempo, cuando era más joven (aunque, ¡en espíritu sigo siendo
una jovencita!), sobre Dorothy Louis Eady, la famosa egiptóloga que afirmaba
ser la reencarnación de una sacerdotisa egipcia.
En un pasaje del libro, se cuenta
que Dorothy ofrendó un valioso collar a uno de los dioses o diosas egipcias. Un
conocido le advirtió que podían robárselo, a lo que ella respondió con una
serenidad que me dejó marcada: "Yo cumplo lo prometido. Si es robado,
quizás la divinidad así lo quiere. Será algo entre el ladrón y la
divinidad". ¡BOOM! ¡Una lección magistral sobre el significado del dar!
¡Algo que no siempre es fácil de practicar cuando dudamos de la sinceridad de
la necesidad del otro, cuando tememos ser embaucados!
Desde pequeños nos enseñan que
hay que saber compartir, y no es que ello sea malo, ¡al contrario! El problema
es el sentimiento de culpa que nos invade cuando dudamos, cuando esa duda nos
lleva a negar el dar, o cuando sentimos que nosotros también necesitamos porque
nuestros recursos son limitados y, por ende, nos escogemos a nosotros mismos.
Porque, claro, ¡nos han metido en la cabeza que ser egoísta es malo! ¡Pero a
veces, escogerse a uno mismo no es acaso una forma de cuidarse y quererse un
poco? ¡Un verdadero dilema existencial!
Pero ¡no podemos negar la verdad!
Cuando compartimos espontáneamente, sin pensar, sin esperar nada a cambio,
¡sentimos un calorcito delicioso en nuestro interior! ¡Dimos sin que nos lo
pidieran! ¡Dimos desde el corazón!
La disyuntiva surge cuando se nos
pide de forma expresa y nuestros prejuicios se levantan como muros. ¿Es real la
necesidad? ¿Estamos siendo utilizados? ¡Quizás la pregunta clave sea: ¿Puedo?
¿Cuánto puedo? ¡Establecer el límite, definir hasta dónde puedo dar y pensar
como la egiptóloga! El resto, ¡será entre esa persona y la divinidad, el Karma,
¡o lo que sea en lo que crean! Porque, seamos realistas, hay quienes realmente
necesitan y quienes tienen el mal hábito de andar siempre pidiendo sin
necesidad.
Pero como no siempre sabemos cómo
diferenciar unos de otros, ¡yo hago mi parte! ¡Pongo mi granito de arena y
confío en que la divinidad hará la suya! ¡Porque, al final del día, se trata de
dar lo mejor de nosotros, de compartir lo que tenemos o podemos y de confiar en
que el universo se encargará del resto!
¡Así que, mis queridos amigos,
los dejo con esta reflexión! ¡Espero que la disfruten tanto como yo! Y no
olviden escuchar la fascinante historia de Shakalick y el barmecida. ¡Les
prometo que no los decepcionará! ¡Hasta la próxima aventura en "Las Mil y
Una Noches"!
¡Los espero la próxima semana con los brazos
abiertos (y un café imaginario)!, para saber cómo termina la historia de
barbero, el sastre, del jorobado y por supuesto de Scherezade ¡Nos vemos!
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